Lluvia

El olor del café recién hecho me sedujo. Me levanto de la mesa del comedor, hipnotizada como siempre, por su aroma fresco. La falta de desayuno y el frío que se cuela por todas partes, me recuerdan a esa mañana de hace dos años, que también amaneció gris y llovía fuerte. 

Un viento frío recorría la casa y lucía más oscura de lo habitual. –Es la lluvia que está mojándolo todo– dijo mi madre de 90 años, sentada en su sillón de siempre. Era cierto. Todo tenía el barniz brillante del agua. Las plantas, el suelo, el perro y hasta los pensamientos destilaban.

Mi hija mayor se había quedado dormida en el sofá, arrullada por la música de las gotas que caían sobre el techo. Pasé con cuidado de no hacer ruido. Su sola presencia, así tan calma, siempre me ayudaba, y me ayuda, a sumar letras y a soñar. 

Ese día también trabajaba en el comedor. Me gusta cambiar de lugares para escribir, de alguna manera sigo sintiendo que me resetea. Ya venía de regreso de la cocina con senda taza de café, cuando reparé en mi madre.

Arropada en un chal grueso, miraba fijamente sus dedos entrelazados. A ella nunca le había gustado el frío, pero desde el inicio de la pandemia, las mañanas de lluvia se le hicieron insoportables.

Le pregunte si quería algo, y solo me miró un segundo, se arropo mejor, y regreso a sus dedos. Las nueve décadas que tenia en su haber y la poca grasa que le quedaba debajo de la piel, justificaba su indiferencia a mi pregunta.

Realmente le costaba calentarse. Y, como sé que los recuerdos nostálgicos combinan muy bien con el clima, la dejé disfrutando de su viaje, y fui a refugiarme rápidamente entre las hojas. Ahí, con el lápiz sobre el papel, me sentí muy afortunada de tenerlos. Mi mano comenzó a moverse rápidamente, tiñendo con las oscuras líneas, el blanco de las límpidas páginas. 

El ruido del bastón al caer al piso me asustó, y de inmediato eche un vistazo hacia ella. Mi madre lo había tropezado y estaba intentando recogerlo. Me quedé a observarla; pronto logro sujetarlo. Lentamente tomó la cobija adicional que la cuidadora le había dejado sobre la mesa, y se cubrió los hombros con ella.

Al ver que no exigía mi ayuda, traté de concentrarme de nuevo en mi trabajo. Pero de repente, se había levantado. Apoyada en su inseparable bastón, caminó hasta la ventana corrediza de la sala.

Sin soltarlo, empujó con ambas manos el borde de la pesada lámina, mientras aseguraba los pies al piso tratando de cerrarla. Siempre me sorprendió esa mezcla de dulzura y fortaleza de mi madre. Cuando quería algo, no le pedía ayuda a nadie y lo intentaba sola. Sin mas, lo conseguía.

Pero verla así, tan menuda y con esa fragilidad exagerada de la vejez avanzada, era aun mas sorprendente. Estaba tan hechizada por aquel coraje, que no intenté ayudarla. Solo me quede a ver el espectáculo.

Con el cuerpo echado hacia delante, la encorvada mujer continuó empujando la ventana con todo su arrojo, hasta que esta, empezó a moverse. El ruido metálico del hierro en la canaleta, finalizó con un golpe seco al chocar la pared, rompiendo con el estruendo el sonido de la lluvia, y casi sus huesos. Y ella, como si nada, retomó el camino arrastrando los pies, de regreso al sillón.

Yo estaba maravillada disfrutando de nuevo su triunfo. Pero solo me duró unos segundos. Cuando noté que dejaba de correr el aire, y comencé a asfixiarme. Traté de concentrarme en el cuaderno pero se me detuvo el tiempo.

Mi claustrofobia volvía a hacer de las suyas, y me abrazaba la ansiedad. Busqué inventar posibles mirillas o agujeros en paredes y puertas, pero la frustración me había quitado las fuerzas. Vi cuando mi madre se dejó caer en el sillón y, triunfante, se cubrió hasta el cuello con la manta. Pero su rostro no cambió. El gesto que indicaba que le dolía la vida, seguía intacto. Como si no pudiera saborear el reciente triunfo obtenido. El de cortarme el aire y taparse del frío. 

Me obligue a levantarme, y crucé en zancadas el pasillo hasta llegar a la puerta de la calle y la abrí de a poco. Aspiré una bocanada de aire fresco. De nuevo había conseguido la complicidad del viento. Me acarició con su fría humedad, respiré agradecida.

Desde allí, la vi suspirando con la mirada perdida en sus envejecidos dedos, y sentí que podía escuchar sus pensamientos. -¿Cuándo terminará de llover?, ¿Cuándo acabará este frío?-. Se arropó de nuevo y me miró con tristeza; quizás porque yo, estaba más lejos. 

2 respuestas a “Lluvia”

  1. Avatar de Stephany Hernández
    Stephany Hernández

    Me encantó! Muy hermoso.

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