Cinco meses después de llegar la niña a este mundo su padre lo dejó sin avisar; así que lo fue construyendo de a poco con historias de otros. Cuando sus hermanos contaban anécdotas con él, describían su rostro, o simplemente evocaban imágenes recibiendo sus regalos, ella aunque sufriendo de celos los escuchaba atenta, armando una y otra vez un recuerdo onírico que no le pertenecía. Lo único tangible en su poder era una vieja fotografía donde, muy parecido a un actor mexicano de la época, su padre le sonreía.
La delgada niña de cabello corto ensortijado, sentada al fondo del salón de segundo grado lucía cada vez más contrariada a medida que la maestra explicaba la actividad a realizar que, como todos los años, consistía en hacer el regalo del día del padre.

Siempre se trataba de un dibujo, una tarjeta, algo con paletas de madera, un llavero tejido, o cualquier cosa adaptada al nivel del curso. Estos obsequios aunque al igual que los del día de la madre siempre resultaban una monada inservible que terminaba olvidada y llena de polvo en cualquier rincón de la casa, era una actividad ineludible donde todos debían participar.
En cuanto la maestra terminó las indicaciones, niños y niñas saltaron emocionados al mesón para juntar los materiales dispuestos, y comenzar el dichoso regalo. Pero la niña no se levantó. Mientras miraba fijo el techo y batía los pies de arriba abajo apenas rozando el piso simuló no estar enterada de nada.
Le era tan pesado tener que aclarar o recordarle a la maestra que no le correspondía hacer un regalo sino tenia a quien entregarlo. Tampoco tenía sentido escribir una carta para contarle a su padre muerto cuanto lo extrañaba.
¿Como podría extrañarlo si no lo recordaba? Pero si lo extrañaba. Muchísimo. Cada noche antes de dormir, la niña pedía a su ángel de la guarda una única oportunidad, aunque fuera en sueños, de hablar con él.
Fue el sexto embarazo de su madre y el quinto parto a término. Y como todos sus antecesores habían sido varones, esta vez sin expectativas de que llegara la hembrita que le completaría la camada ideal, su madre no se molestó en llevar nombre de niña ni zarcillos.
En cada uno de los partos anteriores se había dedicado a ensamblar distintas combinaciones de nombres perfectos para niña, y cada uno de ellos fueron desechados al conocer el género del nuevo bebé.
La mujer debía presurosa improvisar nuevo nombre para el niño recién llegado. Y como resultado, todos sus hermanos fueron bautizados con combinaciones poco audaces de los nombres de su esposo.
Llegado el día del que sería su último parto, la mujer ya en la clínica y en medio de las contracciones le pidió a su marido que, en esta ocasión de nacer varón, no le llevara rosas ni le dijera nada, así entendería el género de la criatura sin escuchar palabra.
El alumbramiento se presentó con problemas de sangrado y sospechas poco alentadoras, razón por la cual los médicos mientras trataban de salvarla la durmieron.
Un ramo de rosas amarillas con el marido asomado detrás dibujando una gran sonrisa, vio la mujer al despertar. Al percatarse de la naturaleza del nuevo bebé, rápidamente de feliz pasó a la ansiedad total preocupada por la necesidad de improvisar de nuevo, nombre de pila para la criatura.
Por fortuna para ellas, su compañera de cuarto fue también sorprendida con un inesperado varón, y las obsequió con diminutos zarcillos y el nombre de una miss, e insistió se lo pusieran a la niña para ayudarla con su futura belleza y feminidad.
A su padre todo le encantó. Y así, llena de rosas amarillas y en brazos de su progenitor, salió la pequeña niña de la clínica con el nombre de una sonada miss de la época, y colosales zarcillos de oro que certificaron su género.
Pero como sabemos, muchas veces los deseos y planes maternos no se cumplen. La niña resultó la menos agraciada de la casa y bastante menos femenina de lo que esperaban.
El roce con tanto varón, en lo dulce y en lo amargo, le indicaron desde temprano que el camino a recorrer, no sería tan suave ni tan rosado.
Es muy probable que aquel flamante macho, compañero de la sala neonatal recibiera los dones deseados con tanta pasión por su madre, y esté ahora por ahí ataviado de miss con tacones altos, hermosos vestidos, y festejando el mismo día que ella su cumpleaños.

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