Cruzando sin sostén, la primera esquina

Vivían en la última casa de la montaña de Lomas de Urquia, en los Altos Mirandinos. Era un caserío en un lugar muy silencioso donde casi siempre amanecía lluvioso, y una fria y blanca neblina se apoyaba en las ventanas luchando por entrar. Esa mañana era especialmente fría, lloviznaba, y aún no se asomaba el sol.

La niña de diez años con uniforme de colegio a medio vestir, enfurruñada en la cama con la cobija, entre súplica y disgusto le insistía a su madre la dejara ir sin esa imitación de sostén.

¡No me lo quiero poner otra vez mamá!, me pica mucho -. Su madre la escuchaba atenta mientras le amarraba el cabello con un moño; le daba dolor verla sin su abrigo tan delgadita y con tanto frío. Y la cubrió mejor con la cobija. 

La pequeña cursaba el quinto grado en un colegio de monjas y hacía unos días la directora le había llamado para explicarle que, debido al evidente florecimiento de su hija, era necesario le pusiera debajo de la blanca y traslúcida camisa, un sostencito «acostumbrador» que cubriera la pequeña sombra y curvatura en el pecho, señal de la gracia femenina que ya se le notaba, y que sin sujetador, a ella le parecía escandaloso.

Su madre que ya llevaba mas de la mitad de la vida usando y odiando la incómoda prenda, entendía a la niña perfectamente, pero no tenía mas remedio que explicarle que debía obedecer las reglas del colegio, y guardó el resto de sus pensamientos para cuando creciera un poco mas. 

Pero si estabas tan contenta cuando fuimos a comprarlo, ¿Qué pasó? -. La niña le daba vueltas al sujetador tratando de hacerlo nudo – Es que a las otras niñas les gusta, creen que por eso ya son grandes-. La mujer recordó que de joven siempre sus sostenes regresaban a la casa dentro de la cartera, y no era por encuentros amorosos ni mucho menos, es que solo los soportaba medio día puestos. Realmente nunca se acostumbró, ahora solo por un asunto estético y de lucha con la fuerza de gravedad, permanecían en su lugar hasta llegar a la casa. 

Mintió. – Pero hija yo también los use a tu edad y tampoco me gustaba pero me acostumbre-. A medida que sus pensamientos saltaban en palabras se sentía peor, y al mirar los grandes ojos de su hija expectante y confiados, se desmoralizó. Tan pequeña su nena y ya comenzaba a enfrentarse al odioso mundo de la contención femenina. Ya había imaginado que este momento seria difícil puesto que para la mayoría lo es, pero para su primogénita siempre calculó sería el doble.

Desde muy chiquita no soportaba que las etiquetas de la ropa le rozaran el cuello, y se encogía de asco si las medias lucían con pelusas de desgaste. Tampoco debían arrugarse ni un milímetro dentro de los zapatos, se las jalaba con tal fuerza que los pobres deditos luchaban por no doblarse, y cuando estaba a punto de desgarrar la media, introducía el pié con máxima prudencia dentro del zapato ortopédico. De no quedar perfectamente liso el calcetín en el zapato, la niña soltaba un bramido y repetía la acción, pie por pie.

La mujer buscando las palabras adecuadas que la convencieran de ponerse el ajustador, se perdió sorprendida en la historia de los sostenes y en lo estupidamente vigentes que se mantenían.

Desde los romanos ya las mujeres usaban bandas en los senos para taparse, luego salieron los corsés que apretaban hasta la cintura, tan fuerte que no dejaban respirar, e igual perduraron cuatro siglos; hasta que inventaron el modelo de seda y alambre más parecido al actual.  Ni las protestas feministas de los sesenta pudieron con ellos. Por lo menos al nuevo milenio le agradecía su mejora en comodidad y diseños, sobretodo en los deportivos.

Volaba en sus pensamientos cuando la niña la interrumpió de nuevo. -¿Porque tenemos que taparnos doble?, ya con la camisa quedan tapados. Frente a ese argumento la madre, desecha por estar totalmente de acuerdo, optó por repetir las palabras que su madre le dijo en su momento.

Dentro de un tiempo van a crecer más, te vas a desarrollar y serás una señorita-. La niña de angustiada pasó a desconsolada. Sí ya nos dieron esa clase. También nos va a salir sangre todos los meses y dicen que duele. La madre entonces agregó en un susurro si mami y tendrás que usar toallas sanitarias.  

La niña ya derrotada soltó perezosa la cobija. Quisiera ser siempre niña-. Y extendió sus bracitos hacia adelante para que le colocara el candado… el sostén. La madre frente al delgado cuerpo desnudo de su pequeña hija, mostrando sin vergüenza los dos pequeñines montículos hinchados por el frío y las hormonas, desbaratada y muda, echó a un lado el desafortunado sostén y le colocó solo la camisa y el suéter. No te lo quites para que no tengas problemas. Estará en la gaveta para cuando lo quieras. El rostro de la niña se iluminó de felicidad y la abrazó fuerte. Se escuchó la corneta del transporte que acababa de llegar y corrió a darle un beso a su hermanita recién nacida, que comenzaba a reclamar atención.

La mujer la despidió con un beso en la entrada y, mientras se apuraba a buscar a la bebé que lloraba con desconsuelo, se desabrochó la abertura frontal del apretado sostén de amamantar. El sol ya despuntaba el alba.

6 respuestas a “Cruzando sin sostén, la primera esquina”

  1. Excelente amiga , todo un proceso el tema de los acostumbradores😁😁😁

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  2. Wow, que belleza de anécdota y tan real, simplemente deberíamos seguir emulando a los verdaderos dueños (los indígenas) de este Mundo tan idiotizado y prejuicioso que lejos de dejarnos ser, nos condiciona en una absurda moda.. sigamos los pasos de nuestros orígenes, los indígenas.
    Gracias por compartir, me encantó 🌻😘

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    1. Gracias por leer y disfrutar de mis relatos!!!🌺

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  3. Avatar de Ninoska Di Ferdinando
    Ninoska Di Ferdinando

    💗💗💗👏👏👏💗💗💗 que hermosura!! Millones de Bendiciones

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