Una braga para el ex

Sonaba la melodía Blue Bayou de Linda Ronstadt, mientras la mujer distraída en sus pensamientos, seguía removiendo el chocolate derretido sin mirar la olla. El olor a dulce quemado la regresó de golpe a la cocina; rápido bajó el fuego y le puso un poco más de leche, pero desvió culpable la mirada hacia la ventana. De nuevo estaba cayendo en las garras del antojo, y faltando a su promesa de continuar con la dieta estricta para bajar de peso, la fiesta sería en una semana, y aún no le cerraba la braga. 

Desde el anuncio de la boda de su hija, con la confirmación de la presencia de su ex y su nueva esposa, sentía que los sesenta y tres años de vida que recién había cumplido, ya se habían duplicado. La rabia se le había alborotado, así que no permitiría por nada del mundo darle el gusto de encontrarla fuera de forma y mucho menos desgastada. Decidió entonces poner manos a la obra y quitarse algunos años a punta de ejercicios, tratamientos faciales, y de hambre.

Hasta solo unos meses, su vida transcurría entre hacer el mercado, pasear el perro y cocinar para ella y su hija, es decir, entre aburrida y tranquila. Los más atrevido que había hecho, luego del traumático divorcio, había sido cambiar la casa colonial que compartiera durante veinte años con el susodicho, por un bonito apartamento en el este de la ciudad; y lo más importante, entrar al grupo femenino de entrenamiento de la plaza.  

En este multicolor grupo había mujeres desde los veinte hasta los ochenta años, todas entusiastas y saludables, felices de ejercitarse cada tarde en la plaza, con pelotas, pesas, y cuerdas, para luego de una hora, salir exhaustas arrastrando las delgadas colchonetas. A ella le costaba todo, pero el contento era tan contagioso que no se había resistido, y lo mejor de todo, se sentía enérgica y tenía amigas. Cuando les contó el drama que la embargaba, llovieron recomendaciones de todo tipo, y sin dudar, todas se las hizo.

Además de la dieta proteica y agregar largas caminatas al entrenamiento, se hizo relleno de Botox y aplicó ácido hialurónico en todas las comisuras, pintó mechas doradas en su cabello, delineó sus cejas, y se puso uñas de gel. Todo iba bien, pero el acabado determinante lo daría el atuendo a usar, y en su armario no había nada lo suficientemente moderno ni atractivo, que hiciera juego con la nueva y perseguida belleza.

Así que, entre las prendas que gustosamente le ofrecieron, escogió una hermosa braga negra con corte estraple, que dejaba ver sus hombros y parte de la espalda. Era una belleza. Todo el borde superior, incluido el anillo que subía alrededor del cuello, estaba adornado con encajes plateados y lentejuelas; y la tela se dejaba caer en suaves y elegantes pliegues hasta la cintura, para terminar en un pantalón acampanado. ¡Sería la luz de la noche!. Con un único inconveniente, solo se cerraba por la espalda. Ponerla y sacarla era toda una infausta aventura; entre otras cosas, tendría que controlar las ganas de ir al baño.

Llegó el día esperado, y como pudo, se la puso. Aún le dolía la piel, porque al introducir el brazo a través de la ceñida abertura, las lentejuelas le rasparon hasta la axila. Luego de unos cuantos saltos en la cama y exceso de crema en la cintura, consiguió felizmente abrocharla. Recordó entonces la advertencia de su amiga, –“No vayas mucho al baño porque es un peo quitarla y ponerla, pero si no puedes aguantar, busca ayuda”-. Ya vería cómo arreglárselas, lo importante era que estaba radiante. Se miró al espejo por última vez, agregó dos pulseras gruesas al atuendo, y se tomó la selfie respectiva, que inmortalizaría tal divinidad.

El salón había quedado muy hermoso, y su hija se veia realmente feliz, al lado de su joven consorte. Pero como había temido, en cuanto entró, divisó a su ex al fondo del salón. Se extrañó al no sentir nada. Había pintado sus canas pero lucia cansado, estaba hablando con su nueva y joven esposa, quien sostenía la mano de una inquieta niña de unos cinco años. Sintió que le picaba el cuello con el roce de las lentejuelas, dio media vuelta y se fue a buscar un whisky, para digerir lo que acababa de ver. 

La ceremonia civil había sido más larga de lo esperado, y todo ese rato los invitados sufrieron de pie, el perturbador discurso de obligaciones de la jueza. Por lo menos les acomodaron sillas a los padres. Los del novio al lado izquierdo de la pareja, y los de la novia, a la derecha. Ella no volteó en ningún momento, a mirar a su ex, sentado a tan solo unos metros. Pero su interés, dedicado a la felicidad de su hija, fue interrumpido por las manitas de la inquieta niña arrugándole la braga. Chocó sus manos con las de ella y la pequeña le soltó la más dulce y picara sonrisa que recordaría.

De inmediato su madre la buscó y le regaló otra de disculpa. Ella, petrificada con tanto a la vez, no sabía que sentir. Afortunadamente la ceremonia terminó sin mas interrupciones, y ella con el cuello picoteado y rojo, salió disparada a la barra de licores. Allí se tomó lo que hacia meses no había podido, mientras conversaba con una que otra familiar lejana; hasta que sus entrañas le recordaron su naturaleza humana. Necesitaba el baño. 

Planificando la estrategia de cómo cerraría la braga después de quitársela, y arrepentida de no haber sustituido los broches por un simple cierre mágico, iba ya frente al mesón de aperitivos cuando se topó con una escena aterradora. Su ex, con los ojos desorbitados y el rostro morado, la miraba fijo dando arcadas. Su joven mujer empezó a gritar y la niña a llorar. Los invitados cercanos quedaron paralizados. 

Ella supo lo que pasaba, y sin dudar, lo agarró por detrás con todas sus fuerzas y las piernas abiertas; y frente a los sorprendidos rostros, le aplicó una llave a la altura del estómago. Mientras daba el segundo, y tercer apretón sobre su ex, los broches de la braga se reventaron, y simultáneamente salió disparado del mortal, el pedazo de carne sin masticar. El hombre ahora despeinado y mas envejecido, respiró aliviado. Ella lo dejó caer al piso como un saco pesado, y se fue directo al baño sin decir nada.

Esta sería la boda más comentada en la familia por muchos años. No solo había quedado demostrada la humanidad de la mujer, sino su renovada fortaleza física y juventud, después del afortunado divorcio de su ex.

Para ella, lo que más agradeció fue poder ir al baño cuantas veces necesitó, sin tener que justificar sus broches destrozados. 

Photo by Kate Trifo on Pexels.com

11 respuestas a “Una braga para el ex”

  1. La humildad es lo que nos hace seres hermosos

    Le gusta a 1 persona

    1. Avatar de Ninoska Di Ferdinando
      Ninoska Di Ferdinando

      Perfecta historia, perfectaaaaaa!! 💗💗💗😂😂😂😂😂👏👏👏👏💗💗💗

      Le gusta a 1 persona

  2. Jajaja qué relato más interesante, refrescante y divertido a la vez, me adentré en cada escenario y guapo, maravillosa forma de describir, como dirían quedé picada de más 😁😂
    Muchas gracias por compartir tan chévere anécdota que sé no es tuya😂😁🌹

    Le gusta a 2 personas

    1. No todo lo que escribo es en base a mis anécdotas, y ninguna de ellas es fiel a lo que ocurrió, me valgo de la ficción para hacerlas más interesantes😄

      Le gusta a 1 persona

      1. Y sí que lo logras, al punto de esperar más 😉😄

        Me gusta

  3. Algo que me faltó, me encantó la actitud de esa dama, porque definitivamente por encima de todo se mantuvo siempre altiva como una verdadera dama.
    Abrazos y gracias por compartir 🌹😘

    Le gusta a 1 persona

    1. Esa es la maravilla de escribir, porque uno es quien diseña del destino de los personajes

      Me gusta

  4. Que divertido estuvo el relato amiga 😆😆😆😆

    Le gusta a 1 persona

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: