Cruzando la segunda esquina, hechizada con el primer beso de amor

Entre salir de la difícil adolescencia y tocar la veintena, la segunda década de la vida nos trae un sinfín de situaciones increíbles. El acné llegó y se fue, la presencia de adultos ya no es requerida, la menstruación se volvió costumbre, y quedó atrás esa incómoda dicotomía, de ser demasiado pequeños para tomar solos un autobús, o demasiado mayores, para saquear caramelos en las fiestas infantiles. 

Es el momento de tomar decisiones importantes, como el elegir que estudiar, cuál oficio aprender, o saltar tratados para comenzar a trabajar. También en esta iniciadora y hermosa época se comienza a tropezar con el romance. Pero el hechizo del primer beso de amor, no de cualquier beso casual o desabrido, sino aquel que impregnado de virginal dulzura, nos hace ver luces de colores envueltas en las notas de un rítmico saxo. Ese, no tiene equivalente en hermosura.  

Aunque nuestro conteo de buenos y muchos besos cosechados en la vida sea amplio, siempre tendremos guardado bajo la cobija uno especial. El inolvidable beso que nos hizo temblar y apreciar por primera vez, el imperioso huracán de la pasión.

Debo confesar que para los besos y sus protagonistas, siempre tuve buena memoria, aunque no tanto para los nombres. Recuerdo los primeros besos enamorados e inesperados, que felizmente cautivaron mi atención.  Por supuesto recuerdo el de Carlitos, mi compinche de segundo grado. Rubio de cabello liso con pícaro mechón a un lado de la cara, que lo hacía el más seductor de todos.

Carlitos y yo siempre nos sentábamos juntos, ambos teníamos a lo sumo, siete años, y aunque no recuerdo conversaciones con él, tengo muy presente su extrovertida y divertida sonrisa; y el momento justo en que se atrevió a robarme un beso rasante.  

El amplio y luminoso salón estaba dispuesto con mesas blancas rectangulares, cada una con cuatro pequeñas sillas de madera; un largo y horizontal pizarrón verde a medio borrar, y el gran ventanal que dejaba ver el patio central. La maestra, una mujer dulce con bonita sonrisa, me pregunto algo sobre la tarea encargada. Todo paso muy rápido.

Yo había dibujado un paisaje de playa que seguiría repitiendo el resto de mi infancia, donde unos cocoteros inclinados hacia la orilla se asomaban a cada lado del cuadro, y el sol, de apropiado color amarillo, ocupaba el centro del cielo, escoltado de dos gorditas y esponjosas nubes blancas. 

Alcé mi dibujo para que la maestra lo viera y, como siempre me pasaba con la autoridad educativa, congelada de los nervios me quedé esperando su reacción; pero de pronto, sentí sobre mi mejilla los acolchados, fríos y húmedos labios de Carlitos. No puedo describir lo que mas me sobresaltó, si la extraña locura de mi amigo, o el rostro sorprendido de la maestra, transformándose en una pícara y contenida sonrisa. 

Me quedé en pausa, sin entender lo que acababa de pasar, y miré al niño desconcertada. Él, entre nervioso y triunfante, reía y se tapaba la cara con su dibujo. La maestra le dijo algo, tomó ambos dibujos y se los llevó. Recuerdo que, ya menos eufórico, Carlitos seguía sonriéndome bonito. Yo entonces le agradecí su evidencia de amor, sonriéndole también. 

Ese beso definitivamente fue importante para mí, puesto que a Carlitos, con su atractivo mechón rubio, jamás lo olvide. Pero quiero darle su justo lugar al verdadero primer beso, sensacional y explosivo de mi vida, sorpresivamente recibido a los diecisiete años en una sala de cine de Maracaibo. 

En aquellos días, se acostumbraba que las muchachas debían esperar ser cortejadas por los muchachos. Ellos, luego de un tiempo prudencial, mucho valor y cantidad de señales efectivas del sentimiento mutuo, se atrevían a franquear la vergüenza de tener que hablar personalmente, para declarar sus sentimientos.

En nuestro caso, el cuento aunque es muy lindo no es muy largo, puesto que mi enamorado quien fuera mi mejor amigo durante mas tres años, esperó tímido durante toda la película para decidirse a sellar, con un apurado beso, lo que no había podido con palabras. 

Después de unos meses adivinando que algo distinto nos pasaba, fuimos cómo tantas veces a ver una película; pero esa vez con distintas atenciones e intenciones; un poco mas de maquillaje y lociones. Cuando las manos desocuparon las cotufas, entre risas nerviosas y chistes, se fueron acercando de a poco. Los dedos en un permitido roce se juntaron, y ya finalizando el film, en sincronía con el protagonista, mi amigo inquieto de perder la oportunidad que le brindaba la oscuridad, con todo su perfume me tomó de la cara y me besó dulce y jugoso. Inolvidable.

Acto seguido, la luz de la sala se encendió junto a los créditos finales exponiendo el embeleso, y devolviendo la vergüenza de tener que mirarnos distintos. Para que decir, que nunca supimos cómo terminó la película, pero que podía importar, si nuestra historia de amor, justo esa noche, felizmente acababa de empezar.

Aroma personal,
roce limítrofe que maravilla al cruzar,
bulto suave partido en dos,
piel franca y cálida que incita
a sumergirse en la humedad próxima,
caricia inconfundible de atracción entre dos.

Photo by Pavel Danilyuk on Pexels.com

8 respuestas a “Cruzando la segunda esquina, hechizada con el primer beso de amor”

  1. Qué bonitos recuerdos y cada uno de nosotros siempre recordaremos ese primer beso, lleno de inocencia, golosinas y hasta miedo…😊🥰… Hermoso!!
    Gracias por este compartir 🤗🌹

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  2. Que lindo mi querida Mari, esos recuerdos del primer beso.😍

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  3. Avatar de Ninoska Di Ferdinando
    Ninoska Di Ferdinando

    Que hermosuraaaaaa!! gracias Mari que lindo, Dios te Bendiga

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  4. Que hermoso recuerdo Mana, Gracias por compartir recuerdos que bonitos

    Le gusta a 1 persona

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