Atravesábamos apenas el mes de julio, y a mi agenda 2021, regalo navideño de mis hijas, ya se le notaba lo sacudido y convulsivo que caminaba el año. Aún cerrada se alcanzaba a apreciar, que un poco mas de la mitad de las hojas habían sido usadas; lucían sucias, arrugadas, y no cerraba bien. Recuerdo cuando la recibí esa navidad; todas disfrutábamos contentas de estar juntas en la casa, aunque llenas de incertidumbre por la amenazante pandemia.
Caracas, 19 de Julio de 2021
Mis hijas se habían esmerado en adornarla con cuidado, para festejar en grande ese 24 de diciembre de 2020. Sabían que, si algo no me podía faltar, era una agenda para el siguiente año.
Le cambiaron por completo las portadas y las forraron con papel plástico para hacerla eterna. En la fachada frontal y marcados en negro, destacan los perfectos números “2021”, junto a un pensamiento de Aldoux Huxley, recitando una inteligente recomendación de cómo vivir.
Al lado derecho dos fotografías individuales de mi madre y mi padre, aún jóvenes; y una reciente fotografía de ellas con nuestra gata Frida. La portada trasera lucía no menos bella; vestía una linda fotografía de las cuatro, el título de “feliz navidad 2020”, y un “Te Amo” en singular, que sospecho era, de Camila.
Los fuertes anillos negros que sostienen la estructura a las hojas, las pegatinas, los pensamientos en cada una de sus páginas, la fina elástica que separa el caos del pasado, de las límpidas hojas con prometedor futuro; revelan que, tal vez mis hijas pensaron que mientras más bella la agenda, las vivencias de ese año por venir, harían juego con ella.
La abro con cuidado, y de inmediato salta el desorden de varios papeles sueltos, con anotaciones aisladas que no le pertenecen, pero que mantenía para cuando «la memoria me fallé”. Decido igual, dejarlos allí.
Me dedico a detallarla y veo que tiene algunas hojas dobladas en las puntas, marcando algo importante que nunca más revisé. Muchas páginas están rayadas con comentarios que, a pesar de ser míos, me parecen escritos por varios autores en apuro, y me cuesta tanto entenderlos, que ahora no sirven de mucho.
Me rio de mí, sobretodo de las frases coloreadas de amarillo que ostentan cifras en dólares, mezcladas con dibujos rápidos y manchas de café; arte improvisado que solo desenmascara los momentos en que elegí distraerme, ante la incertidumbre y la desazón.
Con tanta fiesta, árbol de luces y belleza, como adivinar que ese año vendría destilando penas. Aunque la amenaza de la temible pandemia daba para esperar algún posible tropiezo, para tantas muertes de gente querida la imaginación no me alcanzó.
El 8 de febrero la sorpresiva muerte de nuestra perrita Luna, marcó el inicio de lo que venía. En medio de un acto solemne y triste, la sepultamos en el jardín arropados en los sonoros aullidos de su fiel compañero Mozart, que nos rompía el corazón a pedazos y pintaba el cielo de pálido gris.
Luego el 27 del mismo mes, la no menos sorpresiva, y terriblemente más dolorosa, partida de Estrella, mi amada hermana de la vida. La pandemia se la llevo veloz, sin compasión, y me dejó resonando en el oído algo que había olvidado pero que ya sabía; los seres maravillosos también mueren, y nos dejan por siempre sedientos de su luz, sedientos de su risa.
No terminaba aún de entender que todo era innegable, cuando nos desgarró otro terrible anuncio. La leucemia embestía con toda su fiereza al siempre feliz Eduardo. Se lo llevo tan violentamente que, en tan solo un mes, dejó a Camila desolada y en profundo duelo. Ahora, con un solitario bajo y la más desafinada melodía, aprende mi niña la fragilidad de los sueños, y lo incierto de la vida.
Llegó marzo soleado y Victoria se marchó del país, espantada con tanto luto; persiguiendo con su radiante juventud algo de alegría y de sueños. A mí me tocó entonces, seguir anotando ausencias en la hermosa agenda, aunque esta vez y por fortuna, solo grité peticiones al universo para que colmara sus maletas con amor y de ternura.
Abril con su propio estilo tomó a mamá por sorpresa. Y como siempre, queriendo tapar tanta tristeza junta, se le rebosó el pecho con demasiadas especulaciones y angustias, y esta vez de una convulsión en un grito, nos anunció que el ahogo la tenía, a un paso de la locura.
Necesitó médicos, remedios y agujas para acabar con el desafortunado delirio. De allí, discretamente salió un poco más cuerda, pero también más triste. Creo que entendió que para ella el morir, seria menos fácil que el vivir.
Desde entonces mi madre decidió no cultivar más la vida, e hizo a un lado su potente vínculo con la existencia. El teléfono, única conexión con afectos distantes, ya no mira ni contesta. Tal vez evitando le llegue otra nefasta noticia.
Desgraciadamente el teléfono no demoró mucho en repicar de nuevo. Solo que esta vez lo contesté yo el 5 de junio, cargado del temible anuncio, ya presagiado por todos, la muerte de Henry, su segundo retoño y mi querido hermano.
Extrañando el sonido de una guitarra, el soñador de mundos remotos más allá de las estrellas, nos dejó. Sus fantásticos relatos plasmados hoy en libros, nos mantendrán siempre alerta mirando los cielos.
Mamá de un suspiro envejeció veinte años, y ahora deambula lerda, sin comprender ni querer mucho. Que vida más larga, que vida más rara. Este año es de muertes, este año es de ausencias. Este año nos hacemos los locos, este año que se acabe pronto.
Ahora, cuando miro la guapa portada de mi agenda y recuerdo la navidad del 2020, siento que contrasta demasiado con el dolor y hace más juego con el caos de su interior.
La verdad, no estoy tan segura del porque sigo aferrándome a la idea de llevar un memorándum cada año. Hace demasiado que lo vengo haciendo. Siempre me ayudó a planear, pero ahora sospecho que solo me sirve para registrar lo que hago y dejo de hacer. Es como el miedo a olvidar que sigo viva, y a la historia. A mi historia.
Es posible que esta sea la última agenda que lleve. Se lo merece. Será la más bella y la mas triste. El año con mayores registros de partidas y de dolor. De este año terrible aún quedan unos meses… 2021, el segundo año de pandemia, cuando el miedo nos arropó.

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