Golpes continuos retumban el piso y mil estallidos agudos se adentran en mi cerebro. Lo parten, lo tuercen, lo cuecen. Los ruidosos chasquidos metálicos se confunde con las órdenes repetidas del duende capataz de la obra.
La casa es un disparate de cemento, aceite y pintura que emana, a toda hora, absurdos olores tóxicos, y un polvo traslúcido y ciego estornuda de madrugada. Una verdadera locura estacionada en el tiempo, tres semanas hechas de siglos pesados con desgaste de sangre, hambre y paciencia.
Me quedo quieta envuelta entre las frías láminas de una neurosis recién llegada con la remodelación. Miro pasar las sombras de braceros que me ignoran, y atraviesan el pasillo arrastrando zapatos manchados de barro.
Mientras los duendes reparan con eficiencia los muros marchitos, la realidad tajante del caos desbocado enfrenta un duelo a muerte con la poesía que, escondida entre las cortinas, espera paciente algo de belleza que la invite a salir. No ha logrado en mucho tiempo rozar teclas ni papel; pasa asomada a las horas, a las noches, vísperas desveladas, y nada logra florecer.
Simulo no entender mis pensamientos ya acompasados al ritmo infernal de los gritos del martillo, que insiste en quebrar paredes y pisos, y que parece desesperado por reventar también la burbuja que me inventé para usar en mi veloz huida, a través de la única ventana no alcanzada por la brocha con pintura: La fantasía.
Mi oído nostálgico sueña con la quietud del mar, con su brisa tranquila, con las olas que cantan al romper en la orilla. Me brota un antojo deseoso del silencio melodioso de su espuma, del amanecer cálido naranja, y del sol tímido que se asoma detrás de la seductora montaña.
Regreso con pesar a la insolencia del martillo detrás de la cortina y me sorprendo afortunada; se ha vuelto más considerado. Las paredes antes marchitas, ahora renovadas con pulido marfil, agradecen y festejan al igual que yo, el buen oficio a los orgullosos duendes contratados.
Pero un ruido desacostumbrado interrumpe la fiesta. -¿Será que llueve?, ¿Será de nuevo mi delirio con el mar?- No, es que se está inundando el piso recién pulido de la entrada-. El más joven de los braceros, armado con filoso cincel y sin percatarse del tubo de agua que pasaba cerca, dando los últimos retoques a la obra lo ha perforado sin querer. Tonta situación desgraciada.
Se renueva el grito del martillo. Chirridos metálicos y órdenes apuradas se unen a mis quejidos y ojos desorbitados. De nuevo la poesía se tentó a trepar las cortinas para esconderse de mi ser en remodelación, pero, como pude, la agarré de la mano y juntas salimos a escuchar, el mar y su canción.

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