A mi hija Camila, primera en regalarme la vida, hace ya treinta años.
Soy sinfonía de sangre y de venas,
donde crece valiente, el alma elegida.
Cruzó etéreos cultivos de otras vidas,
para presurosa, juntarse con la mía.
Soy tierra llana donde se expande la savia,
vientre cálido que protege y arrulla.
Por vez primera mi alma no esta sola,
una delicia de colores se enreda en mi vientre,
vestida de terciopelo, palpita mientras duerme.
La energía baña y acomoda el universo.
El espíritu fortalecido con ternura,
ahora atrevido, salta, gira y embiste.
La niña está que quiere ver el mundo,
y su madre, quiere su rostro conocer.
Par de nerviosos corazones laten de la mano.
Cuerpo y alma crujen estremecidos de dolor.
Piernas se apoyan ágiles para mostrar caminos,
y brazos aprietan dispuestos al sostén.
¿A quién serviré de cobijo por el resto de la vida?
Seno rebosado de amor y de miel.
Ya es un pecho mojado, agua y plasma,
casta y estirpe.
Es luz que toca la vista y la piel.
Es femenino arrullo mezclado con llanto nuevo.
Es tersa piel reconocida en dulce abrazo.
Es un eterno lazo perfumado,
que jamás nadie podrá romper.

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