Hoy que de nuevo me tiento a estar sola,
recuerdo con sorpresa el miedo que te tenía, soledad.
Ya no le temo a tu silencio hueco,
ni a tus desgastados ecos,
ya no me espanta tu música desafinada,
ahora es sonora delicia para mis madrugadas.
Hoy encontré el mar y me abracé a su poderoso espejo.
Pinté con mis huellas la solitaria orilla,
conversé largo con tortugas marinas,
y a nadar me invitaron peces y cangrejos.
Un coro de pericos me saludó rasante con su canto,
y alcance a colgarme en el grácil vuelo de las gaviotas,
puede que ahora me tilden de loca,
pero ya no te temo, soledad.
Anclada la tarde, el viento llegó despeinando cocoteros,
y la llovizna regó dulce, el suelo y mis sueños.
Ahora, de nuevo el lápiz intranquilo,
se niega a callar estos solitarios versos.
La soledad, cuando se escoge,
llega con nuevos y maravillosos ecos.
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