Y volviste.
Declarando amores como el primer día,
cuando me hundí en el brillo de tus ojos,
en tu sonora risa maquillada,
en tus palabras huecas, disfrazadas.
Te miré de nuevo
pero ya tu canción no hipnotizaba,
no confundía,
solo animaba al viento
a mover mis cabellos sueltos.
Entonces el mar cercano
arrulló viejos saludos,
tu aliento rebotó en mi pecho,
y como deshoja la flor la ventisca
mi armadura cayó y quebró en mil pedazos.
Quise de nuevo navegar en tu barco,
dejarme llevar por sus encantos.
Confundí el dolor añejo con perfume nuevo.
La cercanía de tus brazos
y el olor de tu pelo,
me guiaron con gracia al ensueño.
El juicio nublado ante los besos
trajo un espejismo de locura.
Regresaron los sueños, volé de nuevo.
Volvieron las caricias,
tus manos recorriendo mi cuerpo.
Tus pocas risas,
el mar salado, y mis versos.
La inesperada historia
llegó con la fiereza de un trueno.
Develó desmanes
y oscureció el cielo,
apagó la dulzura de tus dedos.
El odio desenfundó en ira,
las manos en un puño
gritaron amargo veneno,
y nos llevó,
en solo una noche,
directo al infierno.
Luego de mil lunas oscuras,
las baladas quebradas se fueron.
Y con pecho valiente, venas y dientes,
derroté el reventar de olas profanas.
Ahora mi alma despierta, sonríe.
Duerme salva y serena,
no teme a la madrugada.

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